Néstor Kirchner, como todos los seres pasionales, eligió su forma de morir.
No los busca la muerte, ellos van a su encuentro desenfadadamente.
Es la diferencia abismal entre El Che y Fidel.
Para los pobres de espíritu que se alegraron ostensiblemente con su muerte –como una de mis vecinas que agitaba eufórica un pañuela blanco ("Por fin se murió ese hijo de puta")– le preguntaría si ellos son los elegidos para esquivar a la muerte y no enfrentarse a una enfermedad terminal dolorosa, prolongada y de aciago final
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